viernes, 30 de enero de 2015

La descendencia de los Reyes Católicos


Isabel y Fernando, Los soberanos de las Coronas de Castilla y Aragón.
Los Reyes Católicos frente a la situación de enemistad que las coronas españolas tenían con Francia basaron su política exterior en la creación de vínculos matrimoniales entre sus descendientes y las casas reales europeas con la intención de asentar un influjo hispano en el resto de Europa y así mantener aislados a los galos.
Su hábil política matrimonial llevó a que, con los años, bajo el poder de un soberano español, se reuniera el imperio más grande hasta entonces conocido y a que España fuera conocida como el imperio donde nunca se ponía el sol.
Sin embargo, el destino de los sucesores de sus católicas majestades estuvo marcado por el infortunio y la adversidad, sus vidas estuvieron afectadas por la enfermedad, la traición y la muerte, hecho que no supuso que la siguiente generación no alcanzara la gloria y el éxito como fue el caso del rey Carlos I de España y a su vez emperador Carlos V del Sacro Imperio.
La primera hija de los Reyes Católicos nació el 2 de Octubre de 1470 en Dueñas, actual provincia de Palencia; en el año 1476 fue declarada heredera de la Corona de Castilla , sin embargo, el nacimiento de su hermano Juan el 30 de Junio de 1478 desplazó a Isabel en segundo lugar en la línea sucesoria, por lo que pasaría de heredera a instrumento político al servicio del interés de las coronas de Castilla y Aragón. Así pues, los Reyes Católicos concertaron sumatrimonio con el heredero del trono de Portugal, el príncipe Alfonso, enlace que tuvo lugar en 1490, contaba la infanta con veinte años y el príncipe portugués con quince, sin embargo, el destino quiso que la unión fuera efímera pues en el año 1491 fallece el príncipe de una caída de su caballo. Tras la muerte de su esposo, Isabel regresa a España y comienza a llevar una vida austera y religiosa, es así que pidió a sus padres, los reyes, que la permitieran tomar los hábitos y dedicarse a la oración, mas Isabel y Fernando ya habían planeado su futuro, se casaría con el recién nombrado rey de Portugal Manuel I El Afortunado en el año 1496.



Antes de avanzar sobre el devenir de la infanta Isabel, hablaremos de su hermano Juan, nacido en Sevilla el 30 de Junio de 1478,  segundo hijo de los Reyes Católicos y príncipe heredero de las coronas de Castilla y Aragón. Así las Cortes de Toledo en 1480 lo invistieron Príncipe de Asturias, y también el rey Fernando consiguió que lo nombraran heredero oficial de la corona aragonesa, por tanto, en 1484 recibiría el título de príncipe de Gerona por las Cortes de Tarazona. En 1495, sus padres ya habían pactado su matrimonio y el de su hermana Juana, siguiente hija de los Reyes Católicos, con los hijos del emperador Maximiliano I de Alemania, Margarita y Felipe respectivamente, así la flota que llevaría a la Infanta Juana a Flandes, regresaría con la archiduquesa de Austria a España; se dice que la esposa era muy bella y poseía una buena instrucción, era dos años menor que el príncipe español y que ambos se enamoraron en poco tiempo.
Sin embargo, los meses siguientes al matrimonio fueron críticos para el joven príncipe, enfermaría de viruela, pues era conocida su débil salud desde su niñez, y más tarde sufriría un ataque de fiebres violentas que causarían definitivamente su muerte el 4 de octubre de 1497, dejando a su esposa embarazada de una hija póstuma y prematura que no sobreviviría después de su nacimiento. Se dice que los médicos del príncipe aconsejaban a la reina Isabel separar por un tiempo al joven matrimonio, pues  conocian el ardor sexual de la archiduquesa y pensaban que esta frecuente actividad constituía un grave peligro para el príncipe español. Como fuere, su muerte supuso un gran dolor y frustración sobre todo para los Reyes Católicos, además entrañó que la primogénita de los monarcas españoles fuera de nuevo llamada a suceder al trono.



Al morir Juan, los reyes de Portugal, es decir, Manuel I y la primogénita de los RRCC fueron llamados a Castilla para que ésta fuera nombrada princesa de Asturias en 1498.  El rey Fernando intentó también que las Cortes aragonesas la nombraran su sucesora, para ello se desplazaron a Zaragoza, estando en ese momento la reina de Portugal embarazada de siete meses. En agosto de ese mismo año dio a luz a Miguel de la Paz,  el que sería heredero de las tres grandes coronas ibéricas del momento: Portugal, Castilla y Aragón. Pero la hija de los reyes de España murió después del parto de las hemorragias producidas por el mismo. En menos de un año los Reyes Católicos perdieron a dos de sus primogénitos y príncipes herederos, por lo que su nieto Miguel fue nombrado heredero de ambas coronas: Castilla y Aragón, además de la de Portugal.
Tras la muerte de su primogénita los Reyes Católicos se centraron en el cuidado de su nuevo heredero Miguel de la Paz, a su vez beneficiario del trono de Portugal, sin embargo, la muerte no tardó en actuar de nuevo, y el joven príncipe, sin haber aún cumplido los dos años de edad, murió en Granada en el año 1500, lo que supuso un golpe más a la salud de la reina católica, unido a  las sucesivas muertes que asolaron su familia.


Esta última muerte supuso que la tercera hija de los Reyes Católicos, Juana (con el tiempo apodada La loca y nacida el 6 de Noviembre de 1479 en Toledo) fuera jurada princesa heredera de las Coronas de Castilla y Aragón. Antes de entrar en la definitiva sucesión al trono español, apuntaré qué ocurrió con las dos hijas restantes de los Reyes Católicos: María y Catalina.
María, nacida en Córdoba en 1482 y cuarta hija de los reyes españoles contrajo matrimonio en 1500 con el esposo viudo de su difunta hermana, la princesa Isabel, el rey de Portugal Manuel I, de este matrimonio nació el siguiente rey de Portugal y la futura reina consorte de España y emperatriz de Alemania, Isabel, esposada con el hijo y sucesor de la nueva heredera, Juana, el que en un futuro se convertiría en el emperador Carlos V.
Catalina nació en 1485 fue casada con el heredero del trono inglés el príncipe Arturo de Gales, primogénito de Enrique VII de Inglaterra, en 1501; pero al año siguiente este último murió, para no perder la dote y un aliado contra Francia, los Reyes Católicos decidieron casarla con el hermano de su esposo fallecido, el que sería Enrique VIII de Inglaterra creador de la Iglesia anglicana, con motivo de la negativa del papado de declarar la nulidad de su matrimonio con la infanta española, con la excusa de tratarse de un matrimonio ilegítimo ya que Catalina desposó antes con su hermano; sin embargo, la verdadera razón fue que Catalina no consiguió que ningún heredero varón viviera después del parto y del posterior enamoramiento del rey de la cortesana Ana Bolena. Un obispo, de la nueva Iglesia creada, declaró la nulidad del matrimonio, y Catalina fue confinada en distintos castillos el resto de su vida. Murió en 1536 en el castillo de Kimbolton.


Por su parte, Juana como apuntábamos en la primera parte de esta serie casó con el hijo y heredero del emperador de Alemania Maximiliano I y de María de Borgoña. Se trataba del archiduque Felipe (conocido como El hermoso), que a la muerte de su madre, había heredado las posesiones de los Países Bajos y todos los títulos que acarreaba. Con la muerte de su sobrino Miguel, Juana era la siguiente en la línea de sucesión española, así, fue llamada por los Reyes Católicos para ser jurada junto a su esposo por las cortes castellanas en la catedral de Toledo el 22 de mayo de 1502 princesa heredera, dejando en Flandes a sus tres hijos mayores: Leonor (que sería la tercera esposa de Manuel I de Portugal a la muerte de su tía María de Aragón, y por tanto reina), Carlos (instruido por su tía Margarita de Austria, hermana de su padre y esposa a su vez de su tío Juan, primogénito de los Reyes Católicos, que se convertiría en rey de España y emperador de Alemania) e Isabel (que se convertiría en reina consorte de Dinamarca).


Lo que está claro es que Isabel la Católica ante el estado de salud mental de su heredera Juana había garantizado el orden de su reino, dejando en su testamento a Fernando, su cónyuge, como gobernador de Castilla si Juana se encontrara incapacitada para ello, pues eran conocidos sus repentinos ataques de celos, cuando su marido se alejaba de ella. Ya en la corte de Bruselas dio muestras de demencia y estando en España tuvo que ser reclutada por su madre pues embarazada de su cuarto hijo, Fernando (futuro emperador de Alemania también); de madrugada, intentó abandonar el castillo de la Mota para buscar a su esposo que había viajado a Flandes.
El 26 de Noviembre de 1504 muere Isabel la Católica, abriéndose así el problema de la sucesión de Castilla, que resolveremos en la siguiente parte de esta serie.




sábado, 24 de enero de 2015

La España de los Reyes Católicos

La España de los Reyes Católicos


Comentario

y coyunturas de la Historia de España se haya presentado el reinado de losReyes Católicos como un modelo de lo que fue perfeccionar, gobernar y crear un conjunto de instituciones que significó la aparición de una forma satisfactoria de Estado próspero y centralizado. Desde la revuelta comuneraprotagonizada por algunas de las principales ciudades castellanas, pasando por la añoranza de los arbitristas partidarios de la reforma y restauración política de España, en un intento de corregir su evidente decadencia, hasta la más reciente apropiación de símbolos por parte del Estado nacido de la sublevación del general Franco, la monarquía de los Reyes Católicos se ha dignificado de forma extraordinaria. Las viejas enciclopedias escolares, e incluso modernos manuales puestos a disposición de una población estudiantil que, sólo por edad, no tiene más remedio que aceptar los principios de la autoridad magistral y la memorización al uso de las distintas fijaciones impresas, reiteran la tópica explicación de un reinado que no es preciso dignificar ni tampoco denostar. 
Con los Reyes Católicos, aulas y libros se han llenado durante mucho tiempo de triunfalismos interesados de distintos signos: los intentos de legitimación de un reinado, la unidad indisoluble de España, el logro de su paz interior, su proyección universal, la defensa de la cristiandad occidental, la cristianización de sociedades externas, el dominio inestable de la presencia islámica en el occidente continental, la expulsión de los judíos y el patrocinio del viaje colombino, son algunos de los timbres que aún resuenan, con justicia y a deshora, en demasiadas escuelas rurales, en no pocos institutos urbanos y, cómo no, en bastantes aulas universitarias dominadas por el tópico. Pero, también, el amplio espacio social capaz de escuchar y de aprender leyendo se ha visto sometido desde antiguo a otra concreción tan tópica como la sistematización precedente: el reinado de los Reyes Católicos es, por excelencia, un tiempo de represión que sitúa la fundación de la inquisición, la expulsión de los judíos, las dificultades de la asimilación de la población islámica, la lucha por la justicia en territorio americano y la preponderancia castellana respecto de otros reinos peninsulares en un mismo plano. Así, los partidarios de las explicaciones tópicas tienen siempre asegurado el ejercicio de la capacidad de escoger la interpretación que más conviene a la ideología que, consciente o inconscientemente, contribuyen a difundir y a perpetuar: basta apuntarse a cualquiera de los carros que arrastran actitudes que etiquetan muy significativamente a los historiadores que realizan continuos y, a veces, exagerados esfuerzos por no salir, de una vez por todas, de unos medios de transporte que hoy tienen más de dos ruedas, y muchas piezas de repuesto que, de utilizarlas, ayudarían a progresar más deprisa en la construcción del conocimiento 


Isabel de Avis

Isabel de Portugal. Reina de Castilla (¿-1496)

Princesa de Portugal y reina de Castilla, nacida en fecha incierta y fallecida en Arévalo (Ávila) en 1496. Era hija del infante Juan de Portugal y de su esposa, la princesa Isabel de Barcelos, y nieta del rey Juan I de Portugal. El 22 de julio de 1447 contrajo matrimonio en Madrigal de las Altas Torres (Ávila) con el rey Juan II de Castilla.
El matrimonio entre la princesa portuguesa y el rey castellano había sido acordado un año antes por el condestable don Álvaro de Luna, valido de Juan II y verdadero árbitro de la política del reino. El todopoderoso condestable pretendía con esta alianza dinástica reforzar los lazos políticos que unían a Castilla y Portugal contra el enemigo común: la Corona catalano-aragonesa, encabezada entonces por Alfonso V el Magnánimo, jefe de los infantes de Aragón, que disputaban en Castilla el poder a Luna.
Don Álvaro ejercía una casi hipnótica influencia sobre el monarca castellano, hombre, por otra parte, de carácter débil y escasa visión política. El rey se mostraba reticente a contraer de nuevo matrimonio, toda vez que contaba cuarenta y dos años y tenía ya un heredero al trono, el Príncipe de Asturias Enrique, futuro Enrique IV. Sin embargo, se dejó convencer por su favorito de la conveniencia de este enlace, que contribuiría a reforzar a Castilla frente a Aragón y que, fundamentalmente, constituyó un golpe de mano muy eficaz contra los intereses de la oligarquía aristocrática opuesta a la política de don Álvaro.
Al igual que había sucedido con la primera esposa de Juan II, María de Aragón, Isabel de Portugal desarrolló desde su llegada a la corte castellana una invencible animadversión por el condestable. La reina, sin embargo, consiguió romper el cerco que don Álvaro mantenía en torno al rey, y adquirió sobre éste una gran influencia. Isabel tuvo dos hijos: la princesa Isabel, nacida en Madrigal de las Altas Torres en 1451 (futura Isabel I la Católica), y el infante Alfonso, nacido en Tordesillas (Valladolid) el 15 de noviembre de 1453 (el futuro rey de la Farsa de Ávila, que pretendió suceder a Enrique IV en el trono en 1465). La reina residió preferentemente en la villa de Arévalo, donde crió a sus hijos y, al parecer, comenzó tempranamente a dar muestras de inestabilidad mental.
Su ascendente parece haber sido decisivo en el cambio de actitud del rey hacia don Álvaro de Luna, aunque no de forma inmediata. Desde 1449, Isabel de Portugal apoyó de forma indirecta las maniobras de la Gran Liga Nobiliaria formada contra el condestable. Pero no sería hasta 1453 cuando el monarca, posiblemente cansado de las continuas presiones de la aristocracia, abandonó a su suerte al odiado valido. Se ha dicho con frecuencia que fue la propia reina quien exigió a su esposo que firmara la orden de prisión contra don Álvaro el 3 de abril de 1453, a través de Juan Pacheco, marqués de Villena. Sin embargo, otros muchos factores políticos influyeron en la decisión del rey, que llevaría finalmente al cadalso al condestable poco después, tras un juicio sin garantías.
Después de la muerte de Juan II en 1454, Isabel de Portugal se retiró al castillo de Arévalo, donde pasó el resto de su vida. Durante sus últimos años sufrió, según las crónicas, un grave deterioro mental, que degeneró en demencia. Murió en agosto de 1496, ya anciana, y fue enterrada en Arévalo. Siendo reina su hija Isabel I, sus restos mortales fueron trasladados a la Cartuja de Miraflores de Burgos, por expreso deseo de la Católica, para ser inhumados junto a los de Juan II.


 



domingo, 18 de enero de 2015

Beatriz de Bobadilla

Bobadilla, Beatriz de. Marquesa de Moya (1440-1511).
Dama castellana nacida en 1440 y fallecida en Madrid el 17 de enero de 1511. Procedente del más bajo estrato nobiliario, no obstante, merced a su disposición en la corte de Isabel la Católica, llegó a concentrar un sólido patrimonio territorial y de rentas.
El padre de Beatriz, Pedro de Bobadilla, era un hidalgo afincado en Madrid que destacó especialmente por los servicios militares prestados a Juan II y al hijo de éste, Enrique IV, sobre todo como alcaide de las fortalezas de Madrid, El Pardo y Maqueda. Según algunas fuentes, sobre todo de cronistas, el primer encuentro entre Beatriz de Bobadilla y la entonces princesa Isabel tuvo lugar precisamente en la fortaleza de Maqueda, durante 1464, cuando Isabel y su hermano Alfonsopasaron una temporada en el castillo toledano. Es bastante posible que desde esta fecha Beatriz pasase al servicio de Isabel, aunque su siguiente presencia segura en la corte castellana data de 1469, cuando acompañó a la princesa Isabel en el séquito nupcial de la boda de ésta con Fernando el Católico, heredero del trono aragonés. Para esta época, doña Beatriz ya se había casado, en 1466, con Andrés de Cabrera, un hidalgo afincado en Madrid, al celebrerse una doble boda entre los citados futuros marqueses de Moya y otra pareja del entorno cortesano regio, Mencía de la Torre y el noble madrileño Pedro Zapata. Uno de los hombres de confianza de los Reyes Católicos, Luis de Acuña, ofició como padrino en una ceremonia consagrada por el arzobispo de Toledo, Alonso Carrillo.
En marzo de 1473 el matrimonio estaba afincado en un territorio cercano a Madrid, aunque su vida continuaba estando íntimamente ligada a la corte itinerante de los futuros Reyes Católicos. Tras la muerte de Enrique IV (1474), el tradicional bastión castellano del monarca finado, la ciudad de Segovia, fue puesta bajo la guarda de Andrés de Cabrera y Beatriz de Bobadilla, lo que puede dar una idea del grado de confianza que Fernando e Isabel depositaron en ellos. Hay que tener en cuenta que el alcázar de Segovia era una de las más importantes fortalezas de la época y que, además, contaba en sus bodegas con el tesoro de la corona de Castilla, es decir, de todas las reservas económicas del reino, por lo que su custodia era un puesto de alto riesgo. Al año siguiente, 1475, la propia Beatriz fue la encargada de la custodia de Segovia, puesto que su marido, tras recibir órdenes del rey Fernando, comandó uno de los escuadrones de la Hermandad que asediaron Toro para recuperarlo del dominio portugués. En 1476, sin embargo, uno de los caballeros segovianos, Alfonso Maldonado, raptó al padre de doña Beatriz, Pedro de Bobadilla, y amenazó con raptar a la infanta María, que se hallaba, a la sazón, también bajo la custodia del matrimonio, si los Reyes Católicos no entregaban la alcaidía a sus legítimos posesores. Finalmente, Maldonado desistió de su actitud hostil, aunque varios caballeros segovianos, encabezados por el obispo Juan Arias y los notables Luis de Mesa y Pedro Maldonado, padre éste de Alfonso, mostraron su disconformidad con el gobierno de doña Beatriz y de su marido. Es bastante posible, con todo, que la enemistad de los segovianos fuese únicamente contra Andrés de Cabrera, que había sido antiguamente mayordomo del rey Enrique; para demostrar la valía de Beatriz de Bobadilla al frente de Segovia, valgan las palabras de G. Fernández de Oviedo (ed. cit., p. 266):
"La marquesa de Moya, que era doña Beatriz de Bobadilla, fue a Segovia e echó de la çibdad [...ilegiblee reforçó el alcáçar, e con sus criados e servidores se le hizo una mina franca e cobró su tenencia".

En una doble decisión, los Reyes Católicos decidieron apartar a la pareja de Segovia, para lo cual les nombraron marqueses de Moya (1480), como premio a su lealtad y a sus servicios prestados, pero también para poner paz en el importante enclave segoviano. Una vez tomada posesión de las rentas de su marquesado, Beatriz y Andrés se dedicaron a incrementar su patrimonio territorial, principalmente en las villas de Madrid (como Chinchón, Humanes, Griñón, etc.) y Toledo, aunque poco se sabe de ellos entre 1480 y 1492, salvo que doña Beatriz formaba parte del séquito de la reina en la toma de Baza (1489), donde también combatía su marido. Gracias al citado incremento territorial, pudieron fundar dos mayorazgos para sus hijos varones: Juan de Cabrera, su sucesor en el marquesado de Moya, que se casó con Ana de Mendoza, hija del duque del Infantado, Diego Hurtado de Mendoza; mientras que el segundo hijo, Pedro de Bobadilla, alcanzó el título de conde de Chinchón en 1517 mediante decreto del emperador Carlos, debido a los servicios prestados en la rebelión de los comuneros. Un tercer hijo, Francisco de Bobadilla, eligió la carrera eclesiástica y fue capellán de la reina Isabel desde 1503, pasando posteriormente a serlo de la reina doña Juana. El benjamín de la familia, Pedro Juan de Bobadilla, también fue eclesiástico, esta vez fraile franciscano. Como puede observarse, después del fallecimiento de doña Beatriz, el 17 de enero de 1511, su familia había pasado del más ínfimo estrato nobiliario, la hidalguía, a fundar dos mayorazgos en su propio linaje, además de contar con un extenso patrimonio territorial basado en la privanza de ambos marqueses y su cercanía al entorno de la corte regia castellana.

martes, 13 de enero de 2015

Beatriz de Aveiro

Beatriz de Aveiro


Beatriz de Aveiro, duquesa de Viseo.
Beatriz de Aveiro (1430-1506), infanta de Portugal, era hija del infante Juan (cuarto hijo de Juan I y de Felipa de Lancaster) y de su esposa Isabel de Barcelos, hija de Alfonso I de Braganza. Casó con su primo-hermano, el infante Fernandoduque de Beja y de Viseu, hermano menor de Alfonso V de Portugal, de quien tuvo nueve hijos, de los que cinco llegaran a la adultez:
  • Juan (1448-1472), sucesor de su padre en el dominio patrimonial, con el nombre de Diego I;
  • Diego (1450-1484), sucesor de su hermano mayor con el nombre de Diego I, fue asesinado;
  • Duarte
  • Dionisio
  • Simón
  • Leonor (1458-1525), casada con su primo el rey Juan II;
  • Isabel (1459-1521), casada con el duque Fernando II de Braganza;
  • Manuel I de Portugal (1469-1521), rey de Portugal con el nombre de Manuel I;
  • Catalina.
Beatriz era además la bisnieta de Pedro I de Portugal, de Nuno Álvares Pereira y de Juan de Ganteduque de Lancaster.
A través de su hermana Isabel, esposa de Juan II de Castilla, era tía de Isabel I la Católica.
Tuvo un papel activo en la política de los reinados de Alfonso V, Juan II y de Manuel I. Ayudó a concretar las paces con Castilla encontrándose personalmente con Isabel I la Católica, acontecimiento que llevaría a la firma del tratado de Alcáçovas e Terçarias de Moura. Fue también preponderante en la gestión de la orden de Santiago actuando como tutora de su hijo Diego.

lunes, 12 de enero de 2015

Enrique IV

Enrique IV. Rey de Castilla y León (1425-1474)
Rey de Castilla y León, apodado el Impotente, hijo de Juan II y de María de Aragón, hija del rey Juan II de Aragón, nacido en Valladolid, el 25 de enero del año 1425 y muerto en la villa de Madrid, el 11 de diciembre del año 1474. Su prolongado reinado (desde el año 1454 al 1474) estuvo marcado por su falta de cualidades como monarca y por la gran oposición que encontró dentro de las filas de la nobleza más poderosa de su reino, lo cual provocó un período abierto de guerras civiles, que contrastan claramente con el orden establecido por sus sucesores, los Reyes Católicos, circunstancia que ha contribuido poderosamente en lo mucho que ha sido desprestigiada su figura por la historiografía posterior.
Siendo aún príncipe de Asturias, el infante y heredero al trono, Enrique, comenzó a actuar activamente en la turbulenta y complicada política del reino castellano, siempre apoyado por su gran amigo y favorito don Juan Pacheco, marqués de Villena, favoreciendo con sus múltiples intrigas el desenlace fatal del todopoderoso valido de su padre, don Álvaro de Luna. El 23 de julio del año 1454, dos días después de la muerte de su padre Juan II, Enrique fue proclamado rey de Castilla y León en el monasterio vallisoletano de San Pablo. Por su edad ya avanzada (veintinueve años) y por la dilatada experiencia que atesoraba en cuestiones de gobierno, el inicio de su reinado fue saludado por todos los estamentos del reino con muy buenos ojos, que hacían recaer en sus espaldas las esperanzas del pueblo de que se pusiera fin al período de guerras y enfrentamientos acaecidos durante gran parte del reinado de su padre, que habían agotado casi en su totalidad al reino de Castilla y León.
Los primeros años del reinado de Enrique IV, reconocido en el trono por todos, se basó en el cumplimiento de cinco puntos básicos de gobierno: la consolidación de la plataforma económica del reino, en el sentido de reformar y controlar totalmente el cobro de rentas, tanto para el beneficio del propio reino como para la hacienda privada del monarca; la reconciliación con la nobleza, punto crucial si quería reinar en concordia con los demás estamentos del reino, para lo que Enrique IV necesitaba con urgencia tapar la brecha que su padre había abierto entre el trono y la clase aristocrática; asegurar y aumentar el control de la monarquía sobre las Cortes, y por extensión, sobre las ciudades y municipios englobados dentro del señorío regio; la paz con los reinos cristianos vecinos, y especialmente con Portugal y Francia, amistades primordiales para contrarrestar la excesiva influencia aragonesa en Castilla; y, por último, el reinicio de la guerra contra la Granada nazarí, proyecto más ambicioso y entusiasta del nuevo monarca, pero que a la vez fue el que primero levantó serias protestas y la más generalizada oposición.
En marzo del año 1455, Enrique IV convocó una de las contadas convocatorias de cortes, celebradas en Cuéllar, con el objeto de transmitir a los estamentos del reino el nuevo programa político de la corona, además de para recaudar los consiguientes impuestos. En esta primera reunión comenzó a destacar como figura relevante la persona del marqués de Villena, don Juan Pacheco, que aspiraba desempeñar en la corte del nuevo soberano el papel que don Álvaro de Luna había desempeñado en el reinado anterior. La ascendencia cada vez más preponderante del marqués hizo despertar serios recelos entre los miembros de la alta nobleza y de los grandes prelados de la Iglesia castellana, temerosos de que se produjera un nuevo intento por parte de la monarquía de erosionar sus prebendas y privilegios. Enrique IV, aunque era consciente de la necesidad que tenía del apoyo de la nobleza y de su consenso para con su política, siempre procuró rodearse de simples hidalgos, nobles de títulos medios y legalistas, conformando a su alrededor una corte totalmente predispuesta y fiel a su persona y a su acción de gobierno. De todos estos personajes, destacaron por su relevancia Miguel Lucas de Iranzo, condestable del reino, el converso don Diego Arias, como contador mayor del reino, y don Beltrán de la Cueva, su otro valido, una vez que se consumó la caída en desgracia y posterior traición del marqués de Villena.
Como se dijo antes, la proyectada guerra de Granada se convirtió en el primer y más adecuado caldo de cultivo para el desarrollo del nuevo y complejo germen opositor hacia el monarca. El mismo año de la celebración de las cortes de Cuéllar, Enrique IV llevó a cabo dos acciones militares contra Granada, en las cuales si bien se adjudicó la victoria de forma brillante, fue a costa de un enorme esfuerzo económico y humano debido a la táctica de “guerra de desgaste” impuesta por el monarca.
Tanto la nobleza como el alto clero castellano-leonés, encabezado por el primado de Toledo, el arzobispo Alfonso de Carrillo, acusaron al rey de malversación y uso indebido de los subsidios recibidos en las cortes de Cuéllar, a lo que se sumó los gravísimos cargos de inmoral e irreligioso. Nobleza, clero y ciudades (esquilmadas económicamente por parte del rey) empezaron a dar muestras fehacientes de descontento hacia la persona y actitud de Enrique IV, quien se había preocupado anteriormente el Consejo Real de nobles poderosos para colocar a sus partidarios y fieles colaboradores, siempre liderados por el ambicioso marqués de Villena, el único miembro de la alta nobleza auténticamente protegido por el rey. Contra el marqués de Villena y su grupo se dirigieron directamente los ataques posteriores de la oposición nobiliar hasta que éste abandonase el poder directo, en el año 1463.
En el año 1457, el marqués de Villena se hizo directamente con los asuntos directos del reino, dando comienzo una guerra abierta con la facción nobiliar liderada por el arzobispo Carrillo y el conde de Haro, entre otros. El marqués de Villena, en su esfuerzo permanente por mantenerse en lo más alto del poder, procuró durante el tiempo que estuvo en el gobierno desmontar la poderosa facción creada contra Enrique IV y, por consiguiente, contra su propia persona.
Los mecanismos utilizados por el marqués de Villena para neutralizar la oposición fueron múltiples. Uno de ellos fue forzar a Enrique IV a buscar una alianza aragonesa, concretamente con Juan de Navarra, hijo del monarca aragonés Alfonso V el Magnánimo, y futuro rey de Aragón. Ambos monarcas se entrevistaron entre las localidades de Corella y Alfaro en el año 1457, en el que firmaron un pacto de colaboración por el que Enrique IV dejó de apoyar al hijo de éste, Carlos de Viana, en sus pretensiones al trono navarro, mientras que Juan II se comprometió a no apoyar ni dar cobertura en su reino a cualquier posible liga o confederación nobiliar contra su persona.
Otro mecanismo defensivo practicado por el marqués de Villena fue la búsqueda y posterior obtención del respaldo papal. Tanto Calixto III como su sucesor, el culto papa Pío II, legalizaron la acción de gobierno de Enrique IV, y sobre todo, mediante sendas bulas, le autorizaron a distribuir los fondos del impuesto de cruzada como él quisiera, eliminando de ese modo las posibles quejas del partido nobiliario en cuanto a la distribución y gastos del impuesto.
La tercera vía que practicó el marqués de Villena fue hacerse con un equipo de personas adictas a su persona, como hiciera el rey, que le apoyasen en sus decisiones. La persona clave en su gobierno fue su hermano Pedro Girón, maestre de Calatrava, junto con los condes de Plasencia y de Alba, fieles siempre a la corona. Por último, otro argumento de la actuación del marqués de Villena para consolidar a Enrique IV y a él mismo en el poder, fue el incremento de su propio patrimonio, bien practicando la directa apropiación de las fortunas de los nobles rebeldes, bien gracias a la práctica de una política matrimonial bien planificada.
La reacción de la liga nobiliaria contra Enrique IV y su valido, cada vez más rico, prepotente y poderoso, no se hizo esperar. La adhesión a esta liga de Juan II de Navarra y Aragón dio más fuerza a la decidida oposición regia, cambiando totalmente de significado la evolución del reinado de Enrique IV. Juan II de Aragón fue proclamado rey de Aragón desde mediados del año 1458, por lo que rompió el pacto de amistad firmado con el monarca castellano, toda vez que ya no necesitaba de su apoyo una vez que se vio seguro en el trono aragonés para enfrentarse a las pretensiones de su hijo Carlos de Viana.
Enrique IV, tras su inicial arranque de protagonismo, se había dejado llevar por la política impuesta por su favorito, el marqués de Villana. Pero tras el espectacular protagonismo que iba aglutinando la liga nobiliar, decidió atacar de frente al movimiento opositor, circunstancia que frenó el marqués de Villena, quien a escondidas del rey entabló negociaciones secretas y ambiguas con los principales cabecillas de la liga nobiliar. Así pues, en agosto del año 1461, el marqués de Villena convenció a Enrique IV para que firmase una paz onerosa con la facción nobiliar, a la vez que se vio obligado a permitir el acceso al Consejo Real a relevantes personalidades de este partido rebelde. El año siguiente, 1462, significó un importante punto de inflexión en el reinado de Enrique IV. El deterioro del orden público y la ralentización de la justicia fueron un hecho más que evidente, con el consiguiente e irreversible declive de la monarquía representada por Enrique IV, coaccionado por la omnipresencia del Consejo Real, dominado tras el vejatorio pacto del año 1461.
Enrique IV contrajo segundas nupcias, en el año 1455, con doña Juana de Portugal, tras declararse nulo su anterior enlace con doña Blanca de Navarra. Del nuevo enlace nació una hija, en el año 1462, la infanta y heredera doña Juana (apodada como la Beltraneja) y que en un futuro sería la causa de la guerra civil por la cuestión sucesoria al trono. Enrique IV, más seguro de sus propias fuerzas, comenzó a distanciarse de sus colaboradores más directos, en concreto del marqués de Villena, por lo que buscó el apoyo de otros nobles, como los Mendoza y don Beltrán de la Cueva, quien ocupó el puesto vacante dejado por el marqués de Villena, tras la pérdida de confianza del rey a raíz de la cuestión catalana. Beltrán de la Cueva y Pedro González de Mendoza entraron a formar parte del Consejo Real, neutralizando la influencia de la facción proaragonesa.
Con la caída en desgracia del marqués de Villena, acaecida en el año 1464, y la entrega del poder a los Mendoza, Enrique IV desató nuevamente la guerra civil en Castilla y León. Es importante resaltar el hecho de que los nuevos partidarios del monarca en ese año eran los mismos que diez años antes conformaron el primer núcleo nobiliario de oposición al rey.
El 6 de mayo del mismo año, el defenestrado marqués de Villena, junto con Alfonso de Carrillo y su hermano Pedro Girón, invitaron al resto de nobles a constituir una nueva coalición contra el monarca para evitar, según sus propias palabras, que el hermanastro del rey, el infante don Alfonso, fuera asesinado por el propio rey.
El éxito de la llamada a la rebelión fue considerable, por lo que Enrique IV se vio obligado a negociar con los rebeldes, encabezados esta vez por su anterior servidor, el marqués de Villena, circunstancia que no hizo sino resquebrajar aún más la autoridad regia. Con el apoyo, otra vez, de Juan II de Aragón, la liga se reunió en asamblea, el 28 de septiembre de ese año, en la ciudad de Burgos, donde se nombró como príncipe heredero al infante Alfonso y se negó el reconocimiento de la hija del rey como heredera legítima al trono, a la que achacaron su paternidad al nuevo valido del rey, don Beltrán de la Cueva, en un claro intento por desprestigiar a Enrique IV y a su descendencia.
El rey castellano trató de arreglar el asunto concertando el matrimonio de su hija con su hermanastro, pero la liga nobiliar no aceptó la solución dada por el monarca castellano, revelando la proyección de un vasto programa político, basado principalmente en tres puntos: política de fuerza contra el ascenso en la corte de los conversos y judeoconversos que copaban todos los puestos de relevancia que según los nobles les correspondían a ellos por su linaje y estirpe, es decir, acometer con urgencia todo un plan de limpieza religiosa; respeto y defensa del status de los nobles; y, por último, libertad plena para las ciudades a la hora de la elección de sus propios procuradores en cortes. Las diferentes reivindicaciones de la liga fueron llevadas al papal y firmada por todos sus componentes más relevantes a mediados de mayo del año 1964, en la localidad castellana de Alcalá de Henares. Enrique IV, sumamente debilitada su posición política, acabó por claudicar ante las peticiones de la nobleza, reconociendo a su hermanastro Alfonso como príncipe heredero a la corona y permitiendo la celebración de una comisión compuesta por personas de ambos partidos, encargada de pacificar el reino. De la celebración salió la sentencia de Medina del Campo, firmada el 16 de enero de 1465, claramente desfavorable para Enrique IV.
Enrique IV, refugiado en Zamora, decidió combatir a los rebeldes, así que solicitó la ayuda portuguesa, acelerando las negociaciones matrimoniales entre Alfonso V de Portugal y su hermanastra, la princesa Isabel, con la que hasta el momento no había contado ningún miembro de la nobleza. La posterior anulación de la sentencia de Medina del Campo por parte de Enrique IV dio comienzo un nuevo capítulo de la guerra civil. Lentamente, los nobles más relevantes del reino, adheridos en un primer momento al bando real, fueron pasándose al bando nobiliar. Los rebeldes, en una ceremonia oprobiosa que tuvo lugar en las afueras de Ávila, el 5 de junio del año 1465, depusieron a Enrique IV, representado por un muñeco, y nombraron como nuevo monarca al infante don Alfonso. Entre los cabecillas nobles, aparte del intrigante y ambicioso marqués de Villena, se encontraban prácticamente todos los grandes linajes del reino, don Álvaro de Zúñiga, conde de Plasencia; don Alfonso Carrillo Albornoz, arzobispo de Toledo; don Rodrigo Pimentel, conde de Benavente; don Diego López de Zúñiga, y tantos otros. El espectáculo pasó a conocerse como la llamada “Farsa de Ávila”.
Pese a todo, Enrique IV pudo reaccionar gracias al apoyo de la Hermandad General y de algunos nobles poderosos adictos a su persona, como el linaje de los Mendoza y los Alba, lo cual permitió a Enrique IV levantar un ejército fiable que derrotó en varias ocasiones al ejército rebelde de los nobles, bastante disperso y descoordinado por los diferentes intereses de sus miembros. La cruenta guerra civil entre ambos hermanos y sus respectivos partidarios se prolongó tres años, hasta la providencial muerte del pretendiente don Alfonso, en julio del año 1468.
No obstante, los últimos años del reinado de Enrique IV estuvieron dominados por el problema sucesorio, anteriormente aludido. En el año 1468, mediante el Pacto de los Toros de Guisando, Enrique IV reconoció oficialmente a su hermana Isabel como heredera al trono, en claro perjuicio de los legítimos derechos de su hija doña Juana. Pero el matrimonio de Isabel con el príncipe heredero aragonés, Fernando, celebrado en Valladolid, en octubre del año 1469, disgustó enormemente a Enrique IV, que decidió anular lo pactado en Guisando, proclamando inmediatamente después como heredera a su hija doña Juana. El acto de reafirmamiento de los derechos sucesorios de su hija doña Juana entrañó, a su vez, la lógica anulación de todos los derechos de su hermana Isabel, así como el juramento público de Enrique IV y de Juana de Portugal sobre la legitimidad de su hija. La facción nobiliar, muy reforzada tras los múltiples enfrentamientos con la monarquía en los que se vio envuelta a lo largo de todo el siglo, se desinhibió por el momento del asunto dinástico, sin entrar en liza directa en defensa de uno u otro bando. Pero lo cierto es que, entre los años 1471 y 1473, tanto enriqueños como isabelinos se prepararon a conciencia para la irreversible guerra que se iba a producir sin remisión una vez que Enrique IV falleciese, circunstancia que se produjo el 11 de diciembre del año 1474. Tras la muerte del rey Enrique IV, el reino en su totalidad se vio envuelto nuevamente en una tremenda guerra sucesoria, entre Isabel y Fernando por una parte, y los partidarios de doña Juana “la Beltraneja” por otra.


 

Maximiliano I

Maximiliano I, emperador del Sacro Imperio (1459-1519).
Archiduque de Austria; nacido en Wiener Neustadt, en 1459, y muerto en Wels, el 12 de enero de 1519; y emperador del Sacro Imperio 1519. Único hijo del emperador Federico III y de doña Leonor, hija del rey Duarte de Portugal. Fue elegido rey de romanos, en 1486, en vida de su padre Federico III, accedió al trono en un clima de oposición de los nobles y de las ciudades. Maximiliano reforzó la oposición de los Habsburgo en el Imperio y en Europa mediante el juego de herencia, obtenidas más por alianzas matrimoniales que por conquistas. Se casó en 1477 con María de Borgoña, hija y heredera de Carlos el Temerario, lo que le permitió intervenir en Flandes, provincia amenazada por Luis XI, con quien firmó, después de la indecisa batalla de Guinegatte, en 1479; el tratado de Arras, en 1482, que reguló provisionalmente la sucesión de Borgoña: Francia obtendría Picardía y la Borgoña ducal, y el resto quedaría para Maximiliano.

Contra su voluntad tuvo que convenir la boda de su hija Margarita con el delfin de Francia. Como dote recibió el condado de Artois, Borgoña y el Franco Condado. Lejos de abandonar la lucha, y favorecido por la muerte de Luis XI, Maximiliano alistó mercenarios alemanes entrenándolos al modo de los famosos suizos. Con su ayuda sometió Brujas y Gante, que reconocieron su regencia. Esta última le devolvió a su hijo Felipe, cuya tutela se había arrogado. Tal aumento de poder permitió a Maximiliano a abandonar temporalmente los Países Bajos para socorrer a su padre apremiado por las conquistas de Matías I Corvino, rey de Hungría, que además de la mayor parte de Austria, Carintia y Estiria acababa de ocupar Viena.
El 16 de febrero de 1486 fue elegido rey de Romanos en Francfort y coronado en Aquisgrán el 9 de abril. De vuelta a los Países Bajos, se unió a Francisco II, duque de Bretaña, en su lucha contra la corona francesa. La presencia de mercenarios alemanes y suizos a sueldo de Maximiliano remataron esta impopular guerra, contraria a los intereses comerciales de las ciudades, sobre todo de Gante, Lovaina y Brujas. En febrero de 1488 los burgueses de Brujas le hicieron prisionero durante casi tres meses. Una vez en libertad, reanudó la lucha, esta vez con mayor fortuna, aunque su matrimonio con Ana, la heredera de Bretaña, realizado por procuración, quedó desbaratado por la jugada inaudita de Carlos VIII de Francia que la obligó a casarse con él, rechazando a su hija. En los años 1492 y 1493 se impuso definitivamente en los Países Bajos, y cuando su hijo Felipe, llegado a la mayoría de edad a los 15 años, inició su gobierno en 1494, el país estaba totalmente pacificado. Después de la batalla de Tournon, también el rey de Francia se vio obligado a acceder a la paz de Senlis (1493), devolviendo junto con la persona de la princesa Margarita el condado de Artois y el Franco Condado.
A principio de 1490 había muerto Matías I Corvino y, según el tratado de 1463, la corona de Hungría debería recaer formalmente en Maximiliano. Los grandes húngaros, sin embargo, eligieron a Ladislao, rey de los bohemios.
En 1493 falleció Federico III y Maximiliano inició su propia política en los asuntos del Imperio. En marzo del año siguiente se casó con Blanca María Sforza, hija del duque Galeazzo de Milán. Su llamamiento en favor de una cruzada de los príncipes de Occidente bajo su guía no encontró la deseada colaboración. Al año de su sucesión en Alemania, Carlos VIII de Francia comenzó la primera de la grandes guerras europeas con la invasión de Italia. Ante el inesperado éxito de las tropas francesas nació la Liga de Venecia pactada por España, Milán, Venecia, el Papa y Maximiliano para guardar sus intereses. Carlos VIII de Francia abandonó Italia, y la liga se deshizo, en 1498, tres años después de su formación.
En la Dieta de Worms (1495) Maximiliano intentó por primera vez envolver las fuerzas del Imperio en sus empresas. Los comienzos de una reforma del Imperio sufrieron continuos entorpecimientos en las Dietas sucesivas.
En agosto de 1499 revivió la lucha por Italia. Maximiliano volvió a reclamar la ayuda económica y militar del Imperio, en favor de la cual concedió el establecimiento del régimen del Imperio. La exigua e ineficaz ayuda, sin embargo, no le permitió inmiscuirse en Italia, y negoció con Francia. El tratado de Blois (1504) acordó el enlace de su nieto Carlos con Claudia, hija de Luis XII, y la investidura del ducado de Milán para el rey de Francia, pero no se cumplió el tratado por parte francesa.
La ruptura del tratado de Blois y la muerte de su hijo Felipe (1506) significaron un grave revés para Maximiliano. Como tutor de su nieto Carlos instituyó a su hija Margarita como regente de los Países Bajos.
En 1515 concertó el matrimonio del príncipe heredero de Hungría y Bohemia, Luis, y su nieta María, y el de su nieto Fernando y la princesa Ana, hermana de Luis. Para ganarse el apoyo del rey de Polonia no tardó en sacrificar los intereses del Imperio representados por la Orden Teutónica después de haberla defendido contra las pretensiones de aquél. En los últimos años de su vida, Maximiliano se dedicó a asegurar la elección de su nieto Carlos, rey de Romanos.
De 1495 a 1512, en sucesivas dietas, sus proyectos institucionales chocaron con los príncipes y desembocaron en una serie de compromisos equívocos: creación de una cámara imperial, tribunal supremo del Imperio que tenía sus sesiones junto con la dieta y era elegida por el emperador; de un consejo áulico, cuyas atribuciones invadían el terreno del anterior; de una cámara áulica, organismo financiero, y de una cancillería. Alemania se dividió en diez círculos, se impuso un reclutamiento militar imperial y la dieta podía ordenar un impuesto general. De hecho, Maximiliano no consiguió en absoluto la creación de un gobierno realmente central y los príncipes y las ciudades quedaron dueños de admitir o rechazar el pago del impuesto y la prestación de ayuda militar; en cambio, consiguió fundar la grandeza de la casa de Austria mediante su política matrimonial, su obra organizadora y el apoyo financiero que le dispensó Jakob Fugger, el banquero de los Habsburgo, apoyó que se mantuvo en la elección imperial de Carlos V, en 1519.


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