Enrique
IV. Rey de Castilla y León (1425-1474)
Rey de Castilla y León, apodado el
Impotente, hijo de Juan II y de María de Aragón, hija del
rey Juan II de Aragón, nacido en Valladolid, el
25 de enero del año 1425 y muerto en la villa de Madrid, el 11 de diciembre del
año 1474. Su prolongado reinado (desde el año 1454 al 1474) estuvo marcado por
su falta de cualidades como monarca y por la gran oposición que encontró dentro
de las filas de la nobleza más poderosa de su reino, lo cual provocó un período
abierto de guerras civiles, que contrastan claramente con el orden establecido
por sus sucesores, los Reyes Católicos, circunstancia que ha contribuido
poderosamente en lo mucho que ha sido desprestigiada su figura por la
historiografía posterior.
Siendo aún príncipe de Asturias,
el infante y heredero al trono, Enrique, comenzó a actuar activamente en la
turbulenta y complicada política del reino castellano, siempre apoyado por su
gran amigo y favorito don Juan Pacheco, marqués de Villena,
favoreciendo con sus múltiples intrigas el desenlace fatal del todopoderoso
valido de su padre, don Álvaro de Luna. El 23 de julio del año
1454, dos días después de la muerte de su padre Juan II, Enrique fue proclamado
rey de Castilla y León en el monasterio vallisoletano de San Pablo. Por su edad
ya avanzada (veintinueve años) y por la dilatada experiencia que atesoraba en
cuestiones de gobierno, el inicio de su reinado fue saludado por todos los
estamentos del reino con muy buenos ojos, que hacían recaer en sus espaldas las
esperanzas del pueblo de que se pusiera fin al período de guerras y
enfrentamientos acaecidos durante gran parte del reinado de su padre, que
habían agotado casi en su totalidad al reino de Castilla y León.
Los primeros años del reinado de
Enrique IV, reconocido en el trono por todos, se basó en el cumplimiento de
cinco puntos básicos de gobierno: la consolidación de la plataforma económica
del reino, en el sentido de reformar y controlar totalmente el cobro de rentas,
tanto para el beneficio del propio reino como para la hacienda privada del
monarca; la reconciliación con la nobleza, punto crucial si quería reinar en concordia
con los demás estamentos del reino, para lo que Enrique IV necesitaba con
urgencia tapar la brecha que su padre había abierto entre el trono y la clase
aristocrática; asegurar y aumentar el control de la monarquía sobre las Cortes,
y por extensión, sobre las ciudades y municipios englobados dentro del señorío
regio; la paz con los reinos cristianos vecinos, y especialmente con Portugal y
Francia, amistades primordiales para contrarrestar la excesiva influencia
aragonesa en Castilla; y, por último, el reinicio de la guerra contra la
Granada nazarí, proyecto más ambicioso y entusiasta del nuevo monarca, pero que
a la vez fue el que primero levantó serias protestas y la más generalizada
oposición.
En marzo del año 1455, Enrique IV
convocó una de las contadas convocatorias de cortes, celebradas en Cuéllar, con
el objeto de transmitir a los estamentos del reino el nuevo programa político
de la corona, además de para recaudar los consiguientes impuestos. En esta
primera reunión comenzó a destacar como figura relevante la persona del marqués
de Villena, don Juan Pacheco, que aspiraba desempeñar en la corte del nuevo
soberano el papel que don Álvaro de Luna había desempeñado en el reinado
anterior. La ascendencia cada vez más preponderante del marqués hizo despertar
serios recelos entre los miembros de la alta nobleza y de los grandes prelados
de la Iglesia castellana, temerosos de que se produjera un nuevo intento por
parte de la monarquía de erosionar sus prebendas y privilegios. Enrique IV,
aunque era consciente de la necesidad que tenía del apoyo de la nobleza y de su
consenso para con su política, siempre procuró rodearse de simples hidalgos,
nobles de títulos medios y legalistas, conformando a su alrededor una corte
totalmente predispuesta y fiel a su persona y a su acción de gobierno. De todos
estos personajes, destacaron por su relevancia Miguel Lucas de Iranzo, condestable del
reino, el converso don Diego Arias, como contador mayor del reino, y don Beltrán de la Cueva, su otro valido, una
vez que se consumó la caída en desgracia y posterior traición del marqués de
Villena.
Como se dijo antes, la proyectada
guerra de Granada se convirtió en el primer y más adecuado caldo de cultivo
para el desarrollo del nuevo y complejo germen opositor hacia el monarca. El
mismo año de la celebración de las cortes de Cuéllar, Enrique IV llevó a cabo dos
acciones militares contra Granada, en las cuales si bien se adjudicó la
victoria de forma brillante, fue a costa de un enorme esfuerzo económico y
humano debido a la táctica de “guerra de desgaste” impuesta por el monarca.
Tanto la nobleza como el alto clero
castellano-leonés, encabezado por el primado de Toledo, el arzobispo Alfonso de Carrillo, acusaron al rey de
malversación y uso indebido de los subsidios recibidos en las cortes de
Cuéllar, a lo que se sumó los gravísimos cargos de inmoral e irreligioso.
Nobleza, clero y ciudades (esquilmadas económicamente por parte del rey)
empezaron a dar muestras fehacientes de descontento hacia la persona y actitud
de Enrique IV, quien se había preocupado anteriormente el Consejo Real de
nobles poderosos para colocar a sus partidarios y fieles colaboradores, siempre
liderados por el ambicioso marqués de Villena, el único miembro de la alta
nobleza auténticamente protegido por el rey. Contra el marqués de Villena y su
grupo se dirigieron directamente los ataques posteriores de la oposición
nobiliar hasta que éste abandonase el poder directo, en el año 1463.
En el año 1457, el marqués de
Villena se hizo directamente con los asuntos directos del reino, dando comienzo
una guerra abierta con la facción nobiliar liderada por el arzobispo Carrillo y
el conde de Haro, entre otros. El marqués de Villena, en su esfuerzo permanente
por mantenerse en lo más alto del poder, procuró durante el tiempo que estuvo
en el gobierno desmontar la poderosa facción creada contra Enrique IV y, por
consiguiente, contra su propia persona.
Los mecanismos utilizados por el
marqués de Villena para neutralizar la oposición fueron múltiples. Uno de ellos
fue forzar a Enrique IV a buscar una alianza aragonesa, concretamente con Juan de Navarra, hijo del monarca aragonés Alfonso V el Magnánimo, y
futuro rey de Aragón. Ambos monarcas se entrevistaron entre las localidades de
Corella y Alfaro en el año 1457, en el que firmaron un pacto de colaboración
por el que Enrique IV dejó de apoyar al hijo de éste, Carlos de Viana, en sus pretensiones al
trono navarro, mientras que Juan II se comprometió a no apoyar ni dar cobertura
en su reino a cualquier posible liga o confederación nobiliar contra su persona.
Otro mecanismo defensivo
practicado por el marqués de Villena fue la búsqueda y posterior obtención del
respaldo papal. Tanto Calixto III como su sucesor, el culto
papa Pío II, legalizaron la acción de gobierno
de Enrique IV, y sobre todo, mediante sendas bulas, le autorizaron a distribuir
los fondos del impuesto de cruzada como él quisiera, eliminando de ese modo las
posibles quejas del partido nobiliario en cuanto a la distribución y gastos del
impuesto.
La tercera vía que practicó el
marqués de Villena fue hacerse con un equipo de personas adictas a su persona,
como hiciera el rey, que le apoyasen en sus decisiones. La persona clave en su
gobierno fue su hermano Pedro Girón, maestre de Calatrava, junto
con los condes de Plasencia y de Alba, fieles siempre a la corona. Por último,
otro argumento de la actuación del marqués de Villena para consolidar a Enrique
IV y a él mismo en el poder, fue el incremento de su propio patrimonio, bien
practicando la directa apropiación de las fortunas de los nobles rebeldes, bien
gracias a la práctica de una política matrimonial bien planificada.
La reacción de la liga nobiliaria
contra Enrique IV y su valido, cada vez más rico, prepotente y poderoso, no se
hizo esperar. La adhesión a esta liga de Juan II de Navarra y Aragón dio más
fuerza a la decidida oposición regia, cambiando totalmente de significado la
evolución del reinado de Enrique IV. Juan II de Aragón fue proclamado rey de
Aragón desde mediados del año 1458, por lo que rompió el pacto de amistad
firmado con el monarca castellano, toda vez que ya no necesitaba de su apoyo
una vez que se vio seguro en el trono aragonés para enfrentarse a las
pretensiones de su hijo Carlos de Viana.
Enrique IV, tras su inicial
arranque de protagonismo, se había dejado llevar por la política impuesta por
su favorito, el marqués de Villana. Pero tras el espectacular protagonismo que
iba aglutinando la liga nobiliar, decidió atacar de frente al movimiento
opositor, circunstancia que frenó el marqués de Villena, quien a escondidas del
rey entabló negociaciones secretas y ambiguas con los principales cabecillas de
la liga nobiliar. Así pues, en agosto del año 1461, el marqués de Villena
convenció a Enrique IV para que firmase una paz onerosa con la facción
nobiliar, a la vez que se vio obligado a permitir el acceso al Consejo Real a
relevantes personalidades de este partido rebelde. El año siguiente, 1462,
significó un importante punto de inflexión en el reinado de Enrique IV. El
deterioro del orden público y la ralentización de la justicia fueron un hecho
más que evidente, con el consiguiente e irreversible declive de la monarquía
representada por Enrique IV, coaccionado por la omnipresencia del Consejo Real,
dominado tras el vejatorio pacto del año 1461.
Enrique IV contrajo segundas
nupcias, en el año 1455, con doña Juana de Portugal, tras declararse
nulo su anterior enlace con doña Blanca de Navarra. Del nuevo enlace nació
una hija, en el año 1462, la infanta y heredera doña Juana (apodada como la Beltraneja) y que en un futuro sería la
causa de la guerra civil por la cuestión sucesoria al trono. Enrique IV, más
seguro de sus propias fuerzas, comenzó a distanciarse de sus colaboradores más
directos, en concreto del marqués de Villena, por lo que buscó el apoyo de otros
nobles, como los Mendoza y don Beltrán de la Cueva, quien ocupó el puesto
vacante dejado por el marqués de Villena, tras la pérdida de confianza del rey
a raíz de la cuestión catalana. Beltrán de la Cueva y Pedro González de Mendoza entraron a
formar parte del Consejo Real, neutralizando la influencia de la facción
proaragonesa.
Con la caída en desgracia del
marqués de Villena, acaecida en el año 1464, y la entrega del poder a los
Mendoza, Enrique IV desató nuevamente la guerra civil en Castilla y León. Es
importante resaltar el hecho de que los nuevos partidarios del monarca en ese
año eran los mismos que diez años antes conformaron el primer núcleo nobiliario
de oposición al rey.
El 6 de mayo del mismo año, el
defenestrado marqués de Villena, junto con Alfonso de Carrillo y su hermano
Pedro Girón, invitaron al resto de nobles a constituir una nueva coalición
contra el monarca para evitar, según sus propias palabras, que el hermanastro
del rey, el infante don Alfonso, fuera asesinado por el propio rey.
El éxito de la llamada a la
rebelión fue considerable, por lo que Enrique IV se vio obligado a negociar con
los rebeldes, encabezados esta vez por su anterior servidor, el marqués de
Villena, circunstancia que no hizo sino resquebrajar aún más la autoridad
regia. Con el apoyo, otra vez, de Juan II de Aragón, la liga se reunió en
asamblea, el 28 de septiembre de ese año, en la ciudad de Burgos, donde se
nombró como príncipe heredero al infante Alfonso y se negó el reconocimiento de
la hija del rey como heredera legítima al trono, a la que achacaron su
paternidad al nuevo valido del rey, don Beltrán de la Cueva, en un claro
intento por desprestigiar a Enrique IV y a su descendencia.
El rey castellano trató de
arreglar el asunto concertando el matrimonio de su hija con su hermanastro,
pero la liga nobiliar no aceptó la solución dada por el monarca castellano,
revelando la proyección de un vasto programa político, basado principalmente en
tres puntos: política de fuerza contra el ascenso en la corte de los conversos
y judeoconversos que copaban todos los puestos de relevancia que según los
nobles les correspondían a ellos por su linaje y estirpe, es decir, acometer
con urgencia todo un plan de limpieza religiosa; respeto y defensa del status
de los nobles; y, por último, libertad plena para las ciudades a la hora de la
elección de sus propios procuradores en cortes. Las diferentes reivindicaciones
de la liga fueron llevadas al papal y firmada por todos sus componentes más
relevantes a mediados de mayo del año 1964, en la localidad castellana de
Alcalá de Henares. Enrique IV, sumamente debilitada su posición política, acabó
por claudicar ante las peticiones de la nobleza, reconociendo a su hermanastro
Alfonso como príncipe heredero a la corona y permitiendo la celebración de una
comisión compuesta por personas de ambos partidos, encargada de pacificar el
reino. De la celebración salió la sentencia de Medina del Campo, firmada el 16
de enero de 1465, claramente desfavorable para Enrique IV.
Enrique IV, refugiado en Zamora,
decidió combatir a los rebeldes, así que solicitó la ayuda portuguesa,
acelerando las negociaciones matrimoniales entre Alfonso V de Portugal y su
hermanastra, la princesa Isabel, con la que hasta el momento no
había contado ningún miembro de la nobleza. La posterior anulación de la
sentencia de Medina del Campo por parte de Enrique IV dio comienzo un nuevo
capítulo de la guerra civil. Lentamente, los nobles más relevantes del reino,
adheridos en un primer momento al bando real, fueron pasándose al bando
nobiliar. Los rebeldes, en una ceremonia oprobiosa que tuvo lugar en las
afueras de Ávila, el 5 de junio del año 1465, depusieron a Enrique IV,
representado por un muñeco, y nombraron como nuevo monarca al infante don
Alfonso. Entre los cabecillas nobles, aparte del intrigante y ambicioso marqués
de Villena, se encontraban prácticamente todos los grandes linajes del reino,
don Álvaro de Zúñiga, conde de Plasencia; don
Alfonso Carrillo Albornoz, arzobispo de Toledo; don Rodrigo Pimentel, conde de Benavente; don
Diego López de Zúñiga, y tantos otros. El espectáculo pasó a conocerse como la
llamada “Farsa de Ávila”.
Pese a todo, Enrique IV pudo
reaccionar gracias al apoyo de la Hermandad General y de algunos nobles
poderosos adictos a su persona, como el linaje de los Mendoza y los Alba, lo
cual permitió a Enrique IV levantar un ejército fiable que derrotó en varias
ocasiones al ejército rebelde de los nobles, bastante disperso y descoordinado
por los diferentes intereses de sus miembros. La cruenta guerra civil entre
ambos hermanos y sus respectivos partidarios se prolongó tres años, hasta la
providencial muerte del pretendiente don Alfonso, en julio del año 1468.
No obstante, los últimos años del
reinado de Enrique IV estuvieron dominados por el problema sucesorio,
anteriormente aludido. En el año 1468, mediante el Pacto de los Toros de
Guisando, Enrique IV reconoció oficialmente a su hermana Isabel como heredera
al trono, en claro perjuicio de los legítimos derechos de su hija doña Juana.
Pero el matrimonio de Isabel con el príncipe heredero aragonés, Fernando, celebrado en Valladolid, en
octubre del año 1469, disgustó enormemente a Enrique IV, que decidió anular lo
pactado en Guisando, proclamando inmediatamente después como heredera a su hija
doña Juana. El acto de reafirmamiento de los derechos sucesorios de su hija
doña Juana entrañó, a su vez, la lógica anulación de todos los derechos de su
hermana Isabel, así como el juramento público de Enrique IV y de Juana de
Portugal sobre la legitimidad de su hija. La facción nobiliar, muy reforzada
tras los múltiples enfrentamientos con la monarquía en los que se vio envuelta
a lo largo de todo el siglo, se desinhibió por el momento del asunto dinástico,
sin entrar en liza directa en defensa de uno u otro bando. Pero lo cierto es
que, entre los años 1471 y 1473, tanto enriqueños como isabelinos se prepararon
a conciencia para la irreversible guerra que se iba a producir sin remisión una
vez que Enrique IV falleciese, circunstancia que se produjo el 11 de diciembre
del año 1474. Tras la muerte del rey Enrique IV, el reino en su totalidad se
vio envuelto nuevamente en una tremenda guerra sucesoria, entre Isabel y Fernando
por una parte, y los partidarios de doña Juana “la Beltraneja” por otra.
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